Reflexiones acerca del internacionalismo en Rojava

Por Anne-Sophie Mariposa

“Tenías 35 años, hijos pequeños; te afiliaste no por placer, ganas de aventura o pura confusión adolescente. Lo hiciste porque no te quedaba otra opción, para vos estaba claro que esa era la vía, y porque no se puede vivir en la mentira y la comodidad, en la omisión militante, sin hacerse intolerable para sí;porque crees que quien entiende y permanece inactivo y confortable se rompe, se pudre alguna zona, la vergüenza se hace tumor y el alma hiede para siempre.”
Ernesto González Bermejo “Las manos en el fuego”

Para ser sincera, sí que estaba muy sorprendida de las actitudes con que andaban por Rojava lxs aventurerxs revolucionarixs. Antes de irme, tuve incontables discusiones con amigxs y compañerxs sobre la forma en que podemos aprender de esta revolución, sin utilizarla o imponerle un significado que surja de nuestra socialización en el seno del capitalismo, que tiene poco o nada que ver con la situación allí. Estuvimos de acuerdo en que hay que aprender de experiencias pasadas del internacionalismo, y no repetir los errores. Ejemplos recientes de un acercamiento insuficiente e inadecuado a la cuestión del internacionalismo son Nicaragua y el movimiento zapatista en México, los cuales, a pesar de que habían tenido un apoyo relativamente amplio de lxs revolucionarixs (no sólo occidentales), venían también acompañados de un fuerte romanticismo y creando un turismo revolucionario. Esto resultó en una situación en la que la revolución como proceso de cambio social radical siguió siendo percibida como algo separado de nuestra propia realidad social, como un mundo idealizado, en que unx puede sumergirse por un momento, para luego ser abrumadx de nuevo por la realidad a la cual unx vuelve. O un mundo ideal, donde nos gustaría quedarnos para siempre, porque no vemos ninguna posibilidad de llevar a cabo el necesario trabajo preparatorio aquí, de donde venimos.

Es algo más bien parecido a una evasión, y que a menudo perturba a aquellxs con quienes hemos iniciado una lucha común, y además, no contribuye a superar conjuntamente los obstáculos que tenemos muy urgentemente pendientes en el centro del capitalismo. El turismo revolucionario tampoco contribuye a cambiar el mundo. Las experiencias que hemos vivido, los importantes conocimientos que hemos obtenido allí, se utilizan más bien para la autopresentación que para pensar – ¡todxs juntxs! – cómo ponerlo en práctica en nuestros objetivos comunes. Y eso porque en muchos casos, la actitud eurocéntrica, eso de “al fin y al cabo nosotrxs, y no el movimiento revolucionario que habíamos visitado, sabemos mejor qué es y qué no es revolucionario”, no es superable en una estancia superficial y breve.

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Una forma de reflexión crítica sobre este- a menudo inconsciente- enfoque, lo aborda el concepto de critical whiteness (2). Surgido en el marco de la teoría postcolonial, invita a cuestionar los privilegios que tenemos como miembros de una sociedad blanca colonizadora. Esto incluye, sobre todo, cuestionar nuestro orientalismo y nuestros regímenes de verdad (3), que están estrechamente relacionados con nuestra historia como clase explotadora: qué entendemos como civilizado, qué es lo correcto, qué consideramos digno de nuestro apoyo. Un ejemplo importante de mencionar en este contexto sería la lucha armada. En nuestro mundo, que mediante unos acuerdos inteligentes traslada los conflictos armados lejos de aquí y así les invisibiliza, pero de ninguna manera contribuye a deshacerse de ellos -sino más bien les refuerza apoyando diferentes fuerzas o jugando al unx contra el otrx en función de sus propios intereses- resulta muy fácil exigir que la gente luche por sus derechos de manera “pacífica” o “no violenta”. Y sin la reflexión crítica sobre aquel “privilegio” de vivir en un pacificado centro del capitalismo resulta imposible darse cuenta que en cualquier contexto que sea diferente de nuestro el hecho de pedir que la gente luche “pacíficamente” implicaría condenarlos a una extinción.

Otro “privilegio” en el contexto del internacionalismo revolucionario es la libertad de elección. Nosotrxs, razonablemente, podemos elegir el lugar de nuestra actividad revolucionaria. Este no es el caso para las personas que viven en la periferia del mundo capitalista. Ellxs sí que están, por así decirlo, obligadxs a llevar a cabo la revolución allí donde crecieron. No pueden huir a ningún lado. No les es posible escaparse de la responsabilidad que trae el darse cuenta de que este mundo y la humanidad entera se pueden salvar solamente mediante un cambio radical de sistema. Se ven obligadxs a superar las contradicciones de la vida cotidiana.

En conversaciones con amigxs y compañerxs habíamos llegado a la conclusión de que el apoyo más importante para la revolución en Rojava sólo puede materializarse cuando todxs nosotrxs, en todo el mundo, llevemos a cabo nuestras propias luchas. Sé que esto no es realmente una idea nueva sobre el papel. Pero ¿qué pasa en la práctica? ¿Quién se toma hoy en día seriamente estos conocimientos sacados de la experiencia de las luchas internacionalistas, y trata de ponerlos en práctica con vigor y convicción? ¿Por qué no está sucediendo nada? ¿Por qué hay todavía tan poco trabajo revolucionario, constructivo, aquí mismo? ¿Por qué no hay un fuerte proceso organizativo revolucionario? O respectivamente ¿por qué estos procesos se dejan intimidar tan rápidamente cuando les golpea la represión? ¿Por qué, a pesar de todos los intercambios revolucionarios, no hemos aprendido todavía que una revolución no viene acompañada de comodidad y que tampoco es fruto de la casualidad?

Pues, estas eran en cualquier caso mis consideraciones antes de irme a Rojava, sabiendo que el mayor apoyo a la revolución en Rojava sería trabajar por la revolución allí de donde vengo, sintiéndome, sin embargo, al mismo tiempo, totalmente atascada, como en un callejón sin salida. ¿Hoy en día quién sigue hablando sobre la revolución? ¿Y cómo se trata a lxs que sí lo hacen?

Su mezquina y alejada crítica perfeccionista se lanza contra cualquier mínimo movimiento o emoción. Tal vez la postura de “la izquierda experimentada” hacia la nueva juventud valiente se puede comparar con la de lxs adultxs que regañan a sus hijxs. Paralizan al niñx o lx conducen a brotes de rabia total. A mi ni la parálisis, ni la rabia descontrolada me parecían un camino adecuado. Yo quería encontrar una manera de salir del callejón sin salida.

Luego llegué a Rojava y pude ver lo poco que este debate se llevó a cabo en otros grupos. En aquel momento, la “frontera” entre Rojava y Başur (Kurdistán del Sur) controlada por el Partido Democrático de Kurdistán (PDK) era todavía bastante permeable y algunxs activistas y periodistas podían, con una argumentación adecuada, pedirle al PDK permiso para cruzar a Rojava. Para mí era especialmente chocante el hecho de que la mayor parte de lxs activistas estaba totalmente convencida de que después de tres semanas de su estancia allí “comprendían esta revolución”, y eso sin siquiera haberse trabajado uno de sus tres objetivos fundamentales, la liberación de la mujer. Yo pasé allí más de un año, aprendí el idioma, conocí la sociedad, he leído algunos libros de Öcalan, he discutido un montón con la gente y también hice trabajo práctico.

Pero a pesar de esto, jamás diría que “yo entendí esta revolución” para luego poder expresar mi opinión, aquella que unx esperaría oír de una persona occidental, esa que dice “bueno, como todxs sabemos, en el Oriente Medio reina la corrupción, falta de civilización e ineptitud”. 
¿A cuántos hombres he conocido en Rojava que se habían metido en la cabeza traer a Rojava una revolución “verdadera”?. Hombres que ni siquiera saben cómo sobrevivir por su propia cuenta, hombres que dependen de pizza congelada y atún enlatado. Hombres que no saben cómo actuar dentro de su propio colectivo, cómo apoyar y cuidar a sus amigxs. ¿Y ellos seriamente pretenden decir “somos fuerzas de la “verdadera” revolución”? Los que debido a la gran superioridad de represión en el centro del capitalismo trasladaron sus actividades a la periferia, considerándose a sí mismos como “todos unos revolucionarios” ya que en allí de donde vinieron se les impedía hacer la revolución. ¿Por qué entonces se confirma y es tan obvio que lxs que defienden la revolución y las madres que reconstruyen la sociedad en Rojava se acercan mucho más a la imagen del sujeto revolucionario que aquellos personajes, (lo siento) tan ridículos y perdidos?

¿Y dónde están las mujeres revolucionarias? Debido a su actitud crítica y distanciada hacia el comportamiento patriarcal ni siquiera han llegado aquí. 
Bueno, un comienzo bastante torcido, considerando que ya tuvimos tantas experiencias con el internacionalismo. Una comparación con la realidad, aparentemente inexistente, del método teóricamente correcto del critical whiteness.

Creo que hay dos enfoques al internacionalismo con sus respectivas implicaciones para la lucha revolucionaria que debemos analizar bien. El primer método, aquel que acabo de describir, eurocéntrico, muy patriarcal y que se erige a sí mismo como el único criterio, y por lo tanto no es capaz de realmente aprender, es decir reconocer y superar los problemas que surgen del régimen de la verdad androcéntrico y eurocéntrico. Al mismo tiempo el otro acercamiento, este desconfiado, lleno de críticas y distanciado enfoque que sobre todo viene de las personas que se definen como feministas o postestructuralistas, no permite que se vivan experiencias y por lo tanto en realidad tampoco puede salir de las estructuras establecidas. El hecho de contraponer elevación/re-valuación de los conocimientos teóricos al conocimiento adquirido tras una experiencia práctica ¿no queda también atrapado en el criterio patriarcal? 
Voy a explicar este punto un poco más detalladamente: algunxs de mis compañerxs, debido a las contradicciones que detectaron (teóricamente) en esta cuestión, han llegado a la conclusión de que no pueden ir a Rojava, porque eso en sí mismo ya sería eurocéntrico.

Mi opinión era que sólo podemos superar el punto muerto cuando salgamos por un tiempo y – ¡sobre todo! – completemos las consideraciones teóricas a través de la experiencia práctica para poder realmente avanzar. Creo que, más allá de toda actitud correcta, no hay que ignorar el trabajo concreto, la lucha concreta conjunta. De lo contrario, la teoría se convierte rápidamente en una excusa para mantenerse alejadx, para evitar el cambio en apoyo del sistema existente. Por supuesto, todxs cometemos errores. Pero esto forma parte del proceso, porque sólo a través de ellos podemos aprender. Por supuesto vamos a hacernos daño unxs a otrxs. Pero los conflictos gestionados conjuntamente nos harán fuertes. A través de ellos se cristalizará en nuestra lucha lo que tenemos en común. 
Debo decir que no puedo empezar mucho con el critical whiteness, al menos en lo que he aprendido de ello en el ámbito universitario. No me ayuda avanzar con mis luchas. Me hace sentir que no puedo salir, ni dar un paso, más allá de mi situación “privilegiada”. Y hay que decir que siento que mi situación es cualquier cosa menos privilegiada. Vengo de una familia que vive precariamente.

Soy una mujer. Soy una persona que simplemente no puede vivir bajo el capitalismo, que no puede soportar el hecho de que millones de personas perezcan aplastadas por ello. Y creo que estos son los elementos que nos unen. Todxs estamos buscando qué es realmente el ser humano, qué significa la vida, la vida conjunta. Qué es lo que ha sucedido a nosotrxs que nos hemos alejado tanto de ello. Hoy en día podemos mirar las imágenes de cuerpos mutilados sin pestañear. O ya ni siquiera las miramos. Para seguir funcionando. Y para mantener abierta esta última puertecita que nos permite participar de nuevo.
Nuestro privilegio es, probablemente, este limbo, el hecho de que si quisiéramos nos podríamos integrar en este sistema asesino, y que simplemente no estamos obligadxs a decidir. Pero esta posibilidad de ser cómplices del capitalismo, ¿es realmente un privilegio? Y, si queremos ser personas, ¿en realidad no tenemos que decidir? ¿Realmente tenemos una elección? ¿Realmente podemos vivir con el hecho de que somos parte de un sistema inhumano, explotador, asesino? Siempre hablamos de que no hay otra alternativa. Claro, ¿quién si no nosotrxs debería crearla? ¿No es eso también puro eurocentrismo? ¿Esperar hasta que lxs más directamente afectadxs por la violencia y la explotación hayan creado una alternativa? Y luego ¡¿subirse al tren en marcha?! Así no puede ser.

Las luchas revolucionarias regionales nos muestran que hay alternativas. ¿Por qué no deberíamos ser capaces de ello? Sólo e únicamente porque no somos capaces de admitir que tenemos miedo, que nos sentimos débiles. Y eso porque ya no creemos en nosotrxs mismxs. Porque este sistema está destruyendo toda nuestra autoestima. ¿Es realmente un privilegio ser un tornillo que forma parte de la máquina? ¿Es realmente un privilegio poder reconocer la infamia pero sentirse incapaces de actuar? ¿Es realmente un privilegio creer que no podemos afrontar las tareas?

Dejemos de escondernos detrás de la palabra “privilegios”. Dejemos de que nos afecte. Vamos a aprender. Vamos a ser más fuertes, vamos a luchar con todas nuestras fuerzas y debilidades, ¡JUNTAS por una vida más humana! Para ello no es absolutamente necesario ir a Rojava. O a Bakûr. O a Chiapas. Hay bastantes posibilidades de lucha práctica y conjunta aquí mismo. ¿Por qué tanta gente de “izquierdas” nunca va a las manifestaciones kurdas? Debido al “culto del líder”. Vale, ¡pero confrontad estas contradicciones! ¿Cuántos de esta “izquierda” pasaron por una asociación kurda y preguntaron “Peña, yo no lo entiendo, explíquenme por favor”? Estoy bastante segura de que entonces lo hubieran entendido mucho mejor, que tendrían ganas de salir a la calle por la libertad de Öcalan y que encontrarían también gente dispuesta a escuchar las críticas. Esta es la base esencial de la lucha revolucionaria común a nivel mundial: entender la crítica respetuosa y la voluntad, y aprender unxs de otrxs. Por supuesto que hay miles de cosas en construcción, miles de errores, miles de defectos. Pero la pregunta es ¿qué conclusiones sacamos de ello? ¿Nos sentimos en derecho, típicamente y como colonialistas, de evaluarlo y criticarlo todo desde nuestro punto de vista? ¿O nos vemos como parte de la solución y nos involucramos?

 

Notas de traducción:
(1) Artículo que se publicó originalmente en el número 170 (marzo-abril 2017) de la revista alemana “Kurdistan Report”, que desde 1982 se dedica a informar sobre la cuestión kurda. Apareció publicado en castellano en Azadi plataforma

(2) El concepto de critical whiteness nació dentro del conjunto de teorías críticas conocido como estudios poscoloniales, y trata de examinar la construcción e implicaciones morales/éticas de ser una persona blanca, es decir miembro de una sociedad colonizadora. Su origen se remonta a los ámbitos universitarios de EEUU e Inglaterra, pero actualmente goza de gran popularidad entre el movimiento de izquierdas en Alemania.

(3) El término “régimen de verdad”, acuñado por Michel Foucault en los años 70, es utilizado frecuentemente por Abdullah Öcalan en sus escritos y por el movimiento de liberación kurdo.
Por ejemplo, en su obra “El gobierno de los vivos” Foucault habla del régimen de
verdad para referirse al acto de la manifestación de la verdad en la confesión religiosa como algo acompañado de determinadas formas de obediencia, de coerción política y de obligaciones jurídicas que regulan y exigen esa verdad. El “régimen” es el marco institucional en el cual se manifiesta la verdad, como sucede en las expresiones “régimen político” o “régimen penal”. Pero en lo que nos concierne en este texto, Foucault también se refiere al “régimen de verdad” como “la fuerza de la verdad”, fuera de los elementos institucionales.

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