La solidaridad no es una práctica unidireccional llevada a cabo por activistas privilegiados, sino un proceso multidimensional que contribuye a la emancipación de todas las personas implicadas.
Un hombre alemán no se siente impresionado por el proyecto de democracia directa en Rojava porque dice que ha visto algo similar hace décadas en América Latina. Una mujer francesa recrimina a las mujeres kurdas su falta de preparación para su visita porque no están tan organizadas como lo estaban las mujeres afganas que ella pudo observar en los 70. Una persona se cree un experto sobre la revolución en Rojava con una visita de una semana y sin siquiera tener acceso a los medios o literatura en ninguna de las lenguas de oriente medio, pero su opinión es considerada como más legitima y autentica que la de aquellas personas luchando sobre el terreno.
¿Qué tienen en común estas experiencias?
Todas ellas muestran un genuino interés y aprecio, y sus esfuerzos merecen un reconocimiento. Pero hay algo más: el elemento que subyace es un sistema que permite que algunas personas puedan aumentar su lista de países visitados haciendo turismo revolucionario – en la última década, especialmente en Palestina y en Chiapas, y ahora en Rojava. Este elemento es algo a lo que las personas revolucionarias deben necesariamente ponerle nombre: privilegio.
Hablando claro desde el principio: como alguien que escribe sobretodo para lectores internacionales, alguien que facilita y promueve las delegaciones internacionales a Kurdistán, pertenezco a las personas que valoran estos intercambios y trabajo. Pero personas que reivindican la solidaridad y que están en una posición privilegiada que les permite viajar y ser escuchadas tienen la obligación moral de usar este privilegio de forma positiva. La intención de este artículo es el de contribuir a la conversación sobre los problemas que emergen cuando relaciones jerárquicas son establecidas en nombre de la solidaridad.
Desafiando los privilegios
En un mundo capitalista, de naciones-estado patriarcales, mirarse a uno mismo como un ciudadano del mundo y oponerse a la idea de nación-estado es un acto de desafío. Sin embargo, entender que una persona que se considere internacionalista y revolucionaria no borra de un plumazo las condiciones desiguales y los privilegios. Se tiene que ir más lejos que eso.
En primer lugar, hay una serie de privilegios materiales y de recursos de los que una persona se beneficia: pasaportes de estados que les permiten volar a donde deseen; hablar lenguas internacionales y la posesión de un vocabulario teórico que les permite articular y dar forma a un discurso; especializándose en el uso de herramientas intelectuales gracias a su educación al igual que disponer de tiempo suficiente, seguridad y dinero para poder dotarse de todas estas cosas. La ausencia de guerra, muerte, destrucción, desplazamientos, hambrunas y traumas permite desarrollar una investigación segura y cómoda, tomando decisiones a largo plazo y elaborando planes, para vivir de acuerdo a sus principios sin mucha interferencia externa.
El mismo hecho de que a alguien se le permita sentarse, tomar un café, leer sobre un tema a base de escritos, de acuerdo a la historiografía occidental y etnocéntrica, teorías, lengua y epistemología es un privilegio que la mayoría de personas de color y trabajadoras no tienen. Y aunque lo tuviesen, carecen del ambiente de seguridad política que les permita discutir abiertamente sus averiguaciones.
El mismo hecho de que esté escribiendo este artículo señala el privilegio de una persona que aun siendo parte de un pueblo marginado y oprimido, tiene acceso a recursos y ventajas en relación con mi propio pueblo. Donde sea que exista el privilegio, hay una responsabilidad asociada de desafiar ese privilegio. La mera existencia del privilegio no es tanto el problema, como lo es la creación de relaciones jerárquicas -de forma no intencionada- y la condescendencia y arrogancia en el trabajo de solidaridad que desempeñan, el cual impide el mutuo entendimiento y el progreso.
Algunas personas han mostrado su asombro sobre la ignorancia de la gente de la región con respecto a luchas similares que se dan en otras partes del mundo, y han tratado de suavizar el discurso de una víctima porque la vida diaria de él o ella era demasiado para los tiernos oídos occidentales. Otras personas han rechazado reflexionar cuando han sido criticadas por emplear discursos que distorsionan la lucha de determinado pueblo a través de la imposición de una narrativa de una forma alienante para el pueblo en cuestión, sugiriendo en vez que las personas oprimidas deberían de estar contentas de recibir cualquier forma de atención.
El problema reside en la facilidad con la que la persona privilegiada se siente legitimada para incluso escribir libros enteros sobre una región sin que les haga falta siquiera poner un pie en ella. Es el carácter completamente masculino y blanco en conferencias “radicales” sobre las luchas lideradas precisamente por personas de otras razas. Es la famosa expresión de simpatía típica de personas blancas por una causa con la que dan luz verde a sus seguidores para subirse al carro de la solidaridad. Es la velocidad con la que esa causas que implica luchas de vida o muerte son desechadas en el momento en el que resultan ser más complicadas de lo que habían esperado.
¡Qué conveniente para una persona revolucionaria el ser capaces de quitarse la responsabilidad y su identificación con la causa sin mayores contratiempos! Mientras muchas personas izquierdistas de países privilegiados a menudo afirman no representar a ningún estado, ejército, gobierno o cultura, pueden fácilmente analizar la vida de millones de personas como si fuesen un bloque monolítico gigantesco. Al borrar sus propios contextos de la ecuación, normalmente se permiten una individuación y una complejidad del sujeto actuante, cuando discuten entre esas mismas personas quien “merece” o no su solidaridad, mientras al mismo tiempo engloban al “Otro” en una identidad abstracta y difusa.
Compañerismo con sentido en las noches más frías
Las maneras en las que la solidaridad hoy en día está diseñada para el espectador occidental tiene otros efectos devastadores sobre el movimiento: la competición entre los pueblos en lucha por la atención y los recursos. En vez de construir lazos de solidaridad entre cada pueblo, las personas que luchan se ven forzadas a competir por la atención de las personas de izquierda occidentales, lo que lleva a rivalidad entre comunidades y por tanto se convierte en destructivo para el internacionalismo. Como dice Umar Lateef Misgar, un activista Cachemir: es una forma evolucionada de la estrategia colonialista del divide y vencerás.
Son especialmente los hombres blancos con una educación superior los que tienen el lujo y el privilegio de tener la capacidad, en cualquier lugar del mundo en el que se desarrolle una revolución, de apropiársela a su gusto, para luego hacer sus análisis, sin ningún tipo de compromiso ni atadura ni sentir la necesidad en ningún momento de evaluar su propia casa. Muy a menudo con un sentimiento de propiedad sin responsabilidad, pueden ligarse a algún movimiento internacionalmente al tiempo que se desligan localmente y viceversa.
Su identidad trasciende su etnicidad, nacionalidad, género, clase, sexualidad, físico, ideología porque a él corresponde la identidad hegemónica – a penas sabe o vive el significado de lo diferente. No conoce que la mayoría de luchas surgen precisamente con una exigencia de reconocimiento, de tener un lugar en la historia, porque él es quien la escribe. Por ello a menudo no puede entender las motivaciones revolucionarias más allá de lo teórico.
Es por esto que su purismo ideológico le permite abandonar la solidaridad tan fácilmente con las luchas, lo que es probablemente uno de las características más relevantes de su privilegio: puede permitirse ser dogmático e ideológicamente puro; puede predicar su consistencia teórica, porque su implicación con la lucha no es una cuestión de vida o muerte sino de mero interés intelectual. No se mancha las manos. Puede poner los ojos en blanco cuando mira la lucha de los que se juegan la vida, porque no es él el que tiene que equilibrar sus ideales con todo tipo de consideraciones geopolíticas, socio-económicas, conflictos étnicos y religiosos, violencia, guerra, tradición, traumas y pobreza.
Y es por ello que la gente puede descartar una causa tan rápido como la adoptan, porque solucionar los errores, carencias y obstáculos que las revoluciones implican requerirían de un esfuerzo que no están dispuestos a hacer – discusiones teóricas o conferencias con galletitas y cafecitos son más convenientes para las diatribas radicales que el infierno llamado Mesopotamia.
Cuando las personas no reciben una gratificación instantánea, que su mentalidad capitalista requiere, en las luchas de la vida real, puede olvidarse de los momentos revolucionarios históricos rápidamente. La opción de irse, de abandonar la causa cuando el encanto inicial se desvanece y la crudeza de la lucha se muestra tal cual es, sencillamente no es una opción para aquellos que emprenden una lucha a vida o muerte. El verdadero compañerismo, después de todo, se convierte en algo de valor no cuando brilla el sol y todo reluce, sino en las noches más frías cuando la oscuridad amenaza.
Luchas legítimas puestas ante la prueba del algodón
Hace un tiempo, personas de la izquierda radical escribían artículos sobre Rojava sin parar, de forma alejada de la realidad sobre el terreno, a través de asunciones y lugares comunes y temas que eran irrelevantes para el pueblo que luchaba. Pronto se convirtió en debate exclusivo de occidentales con una orientación fuertemente orientalista, en la que un hombre blanco se dirigía a otro hombre blanco, y ninguno de ellos había estado en la región o había leído nada más que las otras opiniones de los otros hombres blancos en internet – siendo Rojava nada más que una metáfora en la que proyectar sus ideologías y asunciones previas.
Claro está que los análisis y perspectivas internacionales son cruciales para los procesos revolucionarios, pero el dogmatismo, chovinismo y la arrogancia sirven un propósito muy diferente. Olvídense de que estas personas nunca han estado ni cerca de organizar revoluciones en sus lugares de origen, aun así se sienten con una posición de autoridad para juzgar lo que es una revolución y dando consejos a las mujeres que han fundado comunas autónomas de mujeres mientras luchan contra el ISIS.
En un sentido, estas malas representaciones y distorsiones son necesarias para legitimar su imaginario que delinea su intervención colonialista y orientalista. Como explica Sitharthan Sriharan, una activista tamil “izquierdistas privilegiados a menudo ayudan a producir y reproducir las mismas fuerzas contra las que dicen luchar a través de las acciones que llevan a cabo.”
Es interesante ver como las luchas que han sido legitimadas durante décadas por las miles de personas que participan en ellas son evaluadas de acuerdo a un estándar izquierdista que debe pasar la prueba del algodón del juicio occidental para poder ser aprobadas para recibir la solidaridad. Estas premisas dañan a los movimientos de liberación en el sentido en el que rechazan dar un juicio apropiado y representarlos justamente; es más, puede causar un daño político, social, económico y emocional, perpetuar la desinformación y deslegitimar luchas a través de la dominación del discurso de grupos sin relación alguna con las luchas.
Estas actitudes se derivan sobretodo de ideologías eurocentristas que establecen su imperialismo cultural a través del colonialismo, dogmas de la modernidad y el capitalismo. La violencia simbólica que retrata a la historia occidental como moderna y universal se manifiesta en forma de un orientalismo en las ciencias sociales que afectan la manera en la que amplias capas de la izquierda occidental entienden la solidaridad.
Pensando y actuando sobre tus privilegios
La premisa de que la solidaridad es unidireccional, de que es algo que unos “dan” y otros “reciben”, es errónea desde sus mismos fundamentos. La solidaridad hoy, especialmente en la era de la información y la tecnología digital, está expresada de una forma que articula relaciones dicotómicas entre el sujeto pensante y activo que “da” la solidaridad con una lucha y un grupo que solo puede reaccionar como objeto pasivo sin el derecho de réplica sobre que tipo de solidaridad se requiere.
Las personas que dan la solidaridad pueden aparecer de ninguna parte, invisibilizar sus propios contextos y así darse el derecho de ejercer la dominación a través del discurso. Se otorgan una especie de vista desde las alturas, permitiéndose perspectivas distantes y supuestamente con autoridad moral, dada su supuesta imparcialidad. Esto crea de manera inmediata una jerarquía y una expectativa de que el grupo que recibe la solidaridad debe mostrarse agradecido y deferente ante el que da la solidaridad, dejando al grupo como mero “receptor” a la merced de la persona que da su ayuda. Esto normalmente marca el final de la solidaridad y el principio de la caridad.
Sin embargo, los grupos oprimidos no tienen ninguna obligación ni responsabilidad para dar nada a cambio. Como dijo mi buen amigo Hawzhin Azeez desde Kobane: “No deberíamos agradecer a las personas privilegiadas por tener en cuenta sus privilegios y hacer lo correcto. No deberíamos esperar ninguna otra cosa de ellas porque esta es precisamente la premisa básica de la solidaridad.”
Las personas que se erigen como aliadas deben de estar dispuestas a aceptar la carga del trabajo duro. Deberían de tener en cuenta sus privilegios y estar constantemente revisándolos y deshaciéndolos para poder servir como herramientas que amplifiquen las voces y los principios de los movimientos con los que dicen solidarizarse -en vez de convertirse en la voz misma o la personificación del la lucha en sí. No deberían esperar medallas ni gratitud por comportarse de forma ética, y menos aun de las personas marginadas quienes están contentas con que se hable sobre su lucha por la existencia.
De la caridad a la solidaridad, de la enseñanza al aprendizaje
El movimiento de liberación kurdo utiliza “la crítica y auto-crítica” como un mecanismo productivo y ético para mejorarse a sí mismo, al otro, y al grupo. Criticando también significa ser capaz de criticarse. La crítica no está diseñada para dañar a las otras personas sino que está fundada fundamentalmente en la empatía, la honestidad y la solución de problemas.
La solidaridad desde luego no exime de recibir críticas. Al contrario, lo necesita. Incluso depende de ella, para poder ser ética. Pero, a día de hoy, la solidaridad de la izquierda eurocéntrica ha estado privada de este tipo de crítica, dejando ver los débiles fundamentos de la izquierda occidental y su incapacidad de organizar o si quiera debatir sobre premisas de democracia de base. Fundamentalmente, una persona revolucionaria de verdad es aquella que comienza un proceso revolucionario de forma interna y empieza consigo.
La solidaridad no es una cuestión caritativa, sino horizontal, multidimensional, educacional y un proceso de multidimensional que contribuye a la emancipación de todas las personas implicadas. La solidaridad implica una relación igualitaria entre los distintos agentes, e ir hombro con hombro. Significa compartir habilidades, experiencias, conocimientos e ideas que no perpetúen las relaciones basadas en la dominación. La diferencia entre la caridad y la solidaridad es que la primera te llama “inspiradora” y te quiere enseñar mientras que la segunda te llama “compañera” y quiere aprender.
Para atacar estas cuestiones, no es suficiente que cada individuo reflexione. Lo que se necesita es un nuevo paradigma solidario dentro del cual podamos desafiar de forma sistemática la apropiación y el abuso del poder al tiempo que aseguramos mecanismos de educación mutuo y el intercambio de perspectivas.
La solidaridad significa fundamentalmente empatizar y respetar la lucha de cada pueblo y el entendernos como parte del mismo bando cuando nos embarcamos en un proceso de auto-liberación mutua, sin ignorar los diferente puntos de partida, contextos, identidades e historias. La más grande recompensa de la solidaridad auténtica es que todas las personas implicadas aprenderán de cada una como organizarse. Por lo tanto, en ultima instancia, como dice la gente en sitios como Chapas o Kurdistán muchas veces, la solidaridad significa “ve y haz la revolución en tu propio territorio!”
La política basada en la identidad sin internacionalismo siempre será limitada, ya que no puede traer una emancipación más amplia en un sistema global de opresión y violencia, de la misma forma que el internacionalismo sin respeto por las luchas enraizadas localmente será superficial y un fracaso, ya que no reconoce las profundas complejidades de los diferentes gritos por la libertad.
Fortaleciendo mi parte fortalecerá la tuya también – y está es la única manera en la que podemos luchar contra el orden mundial machista, racista, imperialista, capitalista y asesino.
Dilar Dirik
Traducido por Rojava Azadî