Un jet de combate pasa en vuelo raso sobre la ciudad de Til Temir, haciendo vibrar las ventanas de las casas donde kurdos, árabes y asirios conviven en esta árida ciudad situado hoy a escasos kilómetros del frente. Cuando el trepidante sonido del motor pasa, el llanto de un bebé es lo primero a romper el silencio. No sentimos ninguna explosión, parece que este vuelo solo quería atemorizar la población. Vecinos y vecinas sacan el jefe por la ventana para comprobar que todo el mundo está bueno.
–Es un avión del Estado?-refiriéndose en el gobierno de Bashar al-Assad– Quizás ahora que han llegado sus soldados, también llegan sus aviones.
–Seguro que es ruso, los aviones rusos tienen que volar más bajo que los otros para ver el que pasa!
–No, debe de ser americano! Ahora que los americanos se van también lo hacen sus aviones.
Y ríen. Ríen para asustar el miedo. El miedo que tienen es que el próximo avión no pase de largo, que deje caer una de las bombas que ya hace días que escuchamos como explotan en las afueras de la ciudad. Es por eso que nadie menciona que el avión en cuestión es seguramente un F-16 turco, para no extender el miedo entre la poca gente que todavía queda en este barrio. Muchos vecinos y vecinas han marchado hace días hacia Haseke, donde hace un par de semanas han empezado a construir un nuevo campo de refugiados para acoger la gente desplazada por esta nueva guerra. Una nueva guerra que se confunde con el anterior.
Hace cinco años Til Temir vivió la guerra contra el estado islámico en primera línea, especialmente los pueblos cristianos de la cercanía donde los salafistas mostraron su cara más cruel, mutilando y decapitando a quién capturaban con vida al grito de ”infieles” y “al·là es lo más grande”. Son los mismos gritos que hoy escuchamos en los videos que llegan del frente y que circulan entre posts de Facebook y mensajes de WhatsApp, donde grupos de hombres armados y entrenados por el estado turco celebran como se ejecuta la politica kurda Hevrin Xalef o como capturan la combatiente de las YPJ Çiçek Kobane.
Cuando llegamos a Til Temir a mediados de octubre, buscando abrir un corredor humanitario a la entonces asediada ciudad de Serekaniye, las siete escuelas de Til Temir ya estaban llenas de gente mayor, madres y criaturas que huían de las bombas turcas. Desde entonces el frente ha seguido acercándose inexorablemente a la ciudad, y cada vez más pueblos y villas tienen que ser evacuadas. Ayer el padre de la familia que nos acoge, profesor de una de las escuelas que ha tenido que parar las clases para acoger las personas refugiadas, me enseñaba un video de un pueblecito desde donde se elevaba una gran columna de humo.
“Este es mi pueblo. Un avión turco lo ha bombardeado. Los hevals (palabra kurda equivaliendo a “amigos”, refiriéndose a los combatientes de las YPG/YPJ) hace tres días que están solas defendiendo el pueblo, todo el mundo ha tenido que marchar por las bombas.”
Un frente extraño
Tras la retirada de tropas de los Estados Unidos a principios de octubre, el acuerdo entre el Autoadministració del Noreste de Siria y las fuerzas gubernamentales del Estado Sirio ha creado una extraña situación. Las fuerzas regulares del Ejército Árabe de Siria (SAA por las siglas en inglés) se despliegan conjuntamente con las Fuerzas Democráticas Siries (SDF) para hacer frente a la ocupación turca. Por primera vez en más de siete años, soldados gubernamentales pisan el territorio donde los kurdos, junto con asirios, árabes y otros pueblos del norte de Siria, han puesto en práctica el proyecto de autogobierno inspirado en las ideas de Abdullah Öcalan, conocidas como la propuesta de confederalismo democrático.
Hace poco menos de una semana llegaban los primeros refuerzos del SAA a Til Temir. Lo supimos porque la mañana que entraron a la ciudad, pasaron unos veinte minutos dando vueltas y disparando al aire ondeando la bandera de Siria desde antiguos camiones, llenos de soldados jóvenes y mal armados, antes de dirigirse hacia el frente. Esperaban que esta bandera los protegería de los morteros y los aviones de combates turcos, pero no fue así. Desde el hospital Legerîn Ciya (médica internacionalista que vino desde Argentina a Rojava y que murió hace poco más de un año) pudimos ver como aquella misma tarde, los improvisados quirófanos se llenaban de soldados de Bashar Al-Assad heridos por los bombardeos y los morteros de los soldados de Erdogan (y otros de yihadistas).
Ayer vimos una vez más helicópteros americanos sobrevolando la ciudad, cosa que nos indica que otra vez están moviendo tropas. Después de anunciar su retirada a principios de octubre, la semana pasada Donal Trump explicaba que volvían a Siria para “proteger el petróleo”. Los vecinos nos explicaban que su convoy de vehículos blindados volvía hacia Qamislo después de que los islamistas proturcs los atacaran cuando pasaban por Ain Issa en dirección a Kobane. En la base militar que tenían allá, hoy ondea la bandera de Rusia, y hace unos días que soldados rusos patrullan conjuntamente con el ejército turco por la frontera entre las ciudades de Serekaniye y Amude. Unos cuántos kilómetros más allá, entre Qamislo y Derik, son soldados americanos los que patrullan.
Esta mañana han vuelto a llegar refuerzos de los SAA, esta vez con antiguos tanques rusos y unos cuántos morteros y otras armas pesadas. Les harán falta. Anteayer, cuando fuimos a visitar el frente, vimos las condiciones en que se desplegaban por los diferentes pueblos donde las SDF todavía mantienen la defensa del territorio. Después de la retirada de las SDF de la ciudad de Serekaniye el día 12 de octubre, el frente se ha trasladado a las llanuras semidesérticas que separan los escasos 40 kilómetros que hay entre Til Temir y Serekaniye, donde los islamistas avanzan gracias el apoyo aéreo de aviones y drones de combate turcos.
En una guerra en estas condiciones, a veces es difícil saber quién es amigo y quién es enemigo. En el frente nos solemos guiar por la premisa que, si no te dispara, es amigo. La gran hospitalidad de Oriente Medio, donde todo el mundo que te encuentras te saluda con vocación y te invita a sentar y tomar un té, te puede llevar a vivir extrañas situaciones. La más reciente, buscando un traductor para explicar en el capitán de un equipo de morteros de los SAA que no queríamos azúcar en el té que nos ofrecía, mientras un grupo de soldados descargaban los cañones detrás las líneas de las SDF a la vez que nos preguntaban, honestamente sorprendidos, como es posible que pudiéramos hablar kurdo y no árabe.
Internacionalismo y revolución
La revolución de Rojava ha inspirado movimientos sociales en todo en el mundo, destacando sin duda el carácter libertario, feminista y ecologista que el socialismo kurdo promueve. Comités de solidaridad traducen, organizan manifestaciones y denuncian la ocupación turca a diferentes países, coordinándose con la extensa diáspora kurda que se ha dispersado en las últimas décadas a causa de las repetidas guerras que han amenazado su supervivencia. En el marco de la campaña #RiseUp4Rojava, el pasado sábado 2 de noviembre vimos más de un centenar de manifestaciones a decenas de países en todo el mundo.
También somos bastantes los internacionalistas que nos encontramos actualmente trabajando sobre el terreno, sobre todo en tareas de comunicación y asistencia sanitaria, dando cobertura a los frentes que resisten la invasión. Decíamos que la guerra a veces crea extrañas compañías, y creo que es una descripción adecuada cuando vemos los dos principales equipos internacionales que se encuentran actualmente asistiendo los heridos del frente de Til Temir en coordinación con Heyva Sor (la Luna Roja kurda). Por un lado un grupo de anarquistas de diferentes paisos que han coincidido en Rojava y que hace tiempos que trabajan como equipo médico de combate. Por otro lado un grupo de cristianos americanos y birmanos que hace más de dos décadas que trabajan como equipo médico de combate en diferentes conflictos.
De hecho, uno de los mártires internacionales que esta ofensiva turca se ha cobrado hasta ahora, pertenece a este equipo. Ayer una de las ambulancias a la retaguardia del frente, recibió el impacto de un proyectil que hirió dos personas y puso fin a la vida de una tercera. Su nombre se Zao Sang, nacido Tailandia, que perdió la vida al poco del impacto a causo de las graves heridas causadas. También el alemán Konstantin G. (Andok), combatiente de la brigada internacional de las YPG, fue asesinado por las bombas turcas en un convoy que se dirigía a Serekaniye. Y hoy hemos tenido que sumar un tercer nombre, y es que la comandante del batallón internacional por la libertad Ozge Aydin (Ceren), de nacionalidad turca, ha muerto a causa de las heridas que la llevaron al coma la semana pasada. Sus nombres alargan la lista de los centenares, de combatientes y civiles que han sido asesinados en esta ofensiva turca.
Hablar de muerte y de guerra puede asustar fácilmente al lector occidental, acomodado en el primer mundo donde las guerras siempre ocurren fuera de casa. Queda lejos la revolución de 1936, cuando decenas de miles de brigadistas internacionales vinieron a apoyar en la guerra contra el fascismo durante la segunda República española. Un tercio de los que vinieron no pudieron volver a casa nunca más, pero sus acciones significaron un importante capítulo en la historia del internacionalismo revolucionario. Hoy en Rojava somos un puñado de catalanes que estamos aquí, junto con castellanos y gallegos. También vascos, aragoneses, andaluces y portugueses han pasado por aquí, inspirados por el proyecto revolucionario de Rojava, viviendo y discutiendo las contradicciones que esta sociedad genera, debatiendo sobre como desarrollar un proyecto confederal ibérico. Ahora que la situación de Cataluña pone en cuestión el modelo de estado-nación español, hace falta más que nunca reflexionar juntas sobre qué futuro queremos construir.
De hecho, hoy hemos publicado un llamamiento global junto con otros internacionalistas para venir a apoyar a la resistencia de Rojava, para entender y aprender qué significa construir (y defender) una revolución.
El número de internacionalistas que han venido a poner su grano de arena a Rojava es difícil de calcular, pero queda lejos de los 50.000 brigadistas que hace más de 80 años respondieron el llamamiento para hacer frente al fascismo cuando más lo necesitábamos. Sin duda esto nos tendría que hacer reflexionar si realmente estamos dispuestas a llevar a cabo un proceso revolucionario o si es tan solo un imaginario romántico que nos explicamos mientras vivimos nuestras privilegiadas vidas. La revolución no es un camino de rosas, pero nadie ha dicho nunca que fuera fácil. No obstante, la alternativa es permitir que el patriarcado y el capitalismo sigan dirigiendo nuestras vidas, y para mí y otras muchas compañeras y compañeros que estamos aquí, esto ya no es una opción.